El asfalto, aquella tarde, quemaba las plantas de sus pies hasta provocarle heridas. Una línea de puntos rojos de plasma abierto, marcaba sus huellas en camino. Las heridas del cuerpo, sin duda, se veían pequeñas al mirarse aquella brecha del alma. Pero lo más grave es que su yo ( el de ella), se desconocía completamente a si misma.
Mientras terminaba de encenderse la mecha hacia la bomba de su corazón, recordó las veces que se había hecho un ovillo en su silla, tapando sus oídos, restándole horas de vida a la nada… Preguntándose cómo seguía de pié y firme cada día. Pensó en la cantidad de aire que estuvo presa en su garganta, arañando sus huesos por querer quedar en libertad. Y como al llegar a casa, cada día, aquel aire era ya brisa evaporada que arrugaba las palabras que salieran de su boca. Estaba cansada de no ver su ficha jugar en el tablero, de tratar de sacar comodines para escapar de la casilla donde todos se amontonaban en el juego. Harta de vestirse igual, de no notar el sudor frío por la piel de sus axilas, de no saber qué es el cambio climático desde aquella ventana, de no mirar, no hablar y dejar hojas en blanco a modo de suspiros.
Después de todo aquello, cerró sus puños con violencia, y su yo ( el de ella) se atrevió y saltó. Atravesó aquella puerta, traspasó aquella muerte lenta que era su vida…, se abrió camino. En principio en puntas de pie, luego caminando después trotando.
Salió a buscar su destino.
El sentido común llega como puede, pero éste llegó justo a tiempo.
Su yo (el de ella) lograron salvarse por fin, y pudo abrazarse a si misma...
Atreverse y saltar… al fin…
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